Artistoides melosos e insípidos

Gonzalo Osorio Toro -Columnista RJ
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Si una expresión artística no sirve para resarcir al hombre, si no se convierte en la conciencia de la humanidad, no es arte, es simplemente un ejercicio onanista del autor. Homero, Cervantes, Víctor Hugo, Joyce, Miguel Hernández, García Márquez, se leen aún, y se leerán dentro de quinientos años, porque la humanidad se encuentra en sus líneas. El arte tiene que ser el espejo que revele la fealdad del hombre, que revele el infrahumano que vive en cada uno de nosotros, el inframundo de cada sociedad.

Para mostrar la máscara de la sociedad, la máscara del ser, no hay que esforzarse mucho, el cine comercial y el arte onanista, ya lo hicieron. Los cantos a la luna ya existen, “Qué linda que está la luna, redonda como una fruta”, los atardeceres ya fueron pintados, y las enaguas de la virgen cantadas.

Por si los escribidores de versos no lo saben, si los gastadores de lienzos no lo saben, como lo canta Mercedes Sosa, “A esta hora exactamente, hay un niño en la calle”. Como en el poema de Paul Eluard musicalizado por Gian Franco Pagliaro, hay hombres torturados, pueblos masacrados, sociedades sumidas en la miseria, pájaros enjaulados y peces en la pecera, y hombres torturados.

Y eso hay que escribirlo cuando cae la noche, aunque sea en las paredes de la ciudad, o en un rollo de papel higiénico. Si Miguel Hernández solo le hubiera cantado a las lágrimas de la luna, y no al Niño yuntero, hoy sus versos dormirían el sueño de las bibliotecas, pero viven en la conciencia de un mundo que los canta y declama.

Víctor Hugo predijo que mientras subsistieran las condiciones sociales que parieron Los miserables, su novela tendría vigencia, y no se equivocó. Hoy, doscientos años después, se lee y se ve en las pantallas de cine. El drama de Leopoldo Bloom por la infidelidad de Molly es el mismo drama de Menelao por la huida de su esposa Helena con Paris, al igual que el drama de María con su hijo muerto en sus brazos, en la Piedad de Miguel Ángel, es el mismo drama de Bruno Ricci gritándole al mundo que su papá no es un ladrón de bicicletas, en la película de Vittorio de Sica.

Todos ellos, trascendieron su época y su circunstancia, porque entendieron que más allá de la belleza de la luna, burbujeaba el ser, con su fealdad y su dolor; y como lo canta Alí Primera, “Si no sirve mi canción para que encienda tu alma, quema entonces mi guitarra, pero crezca la llama”. Muchos “Artistas” debieran tirar a la basura sus lapiceros, sus pinceles y sus guitarras.

El arte como conciencia de la humanidad, solo lo hace el artista que siente dolor de humanidad. Solo este artista convierte su pintura, sus versos, su película, en el espejo abominado por Borges porque revela al hombre y lo multiplica. Que revele a la sociedad, es lo único que podemos exigirle al artista, si es que algo le podemos exigir.

Solo unos estúpidos cantantes de música comercial, como Carlos Vives y Silvestre Dangond pueden atreverse a decir que García Márquez no ha hecho nada por el país, y decir que sus premios fueron un regalo. Una sola línea de Cien años de soledad vale más que todas las canciones de Silvestre Dangond. Tal vez Vives y Dangond creen que García Márquez debió ser un constructor de puentes en Aracataca. A lo mejor alguien más estúpido que ellos puede pensarlo así. Quizás Vives y Dangond son ingenieros frustrados, y hubieran preferido ver a García Márquez construyendo el puente Pumarejo o negociando con Odebrecht.

El primer requisito para un artista de verdad es sentir dolor de ser, dolor de humanidad. Hay que convertir el inframundo en líneas y trazos, para que sean el trasunto de su época. Lo contrario es caer en lo que escribía León de Greiff, “Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa, dicen que soy poeta” y hay poetas imaginarios expertos en crear sus bodegas de autoelogio y adulación, y estas les quedan mejor construidas que sus poemas.

El dolor que sufre la humanidad requiere algo más que las estridencias de algún onanista escribidor de versos; requiere artistas que sientan el ruido de las bombas al caer, que sientan el llanto por el esposo, por el hijo asesinado, el llanto del niño mamando teteros vacíos, y como lo dice el tango de Julio Sosa, que le duela “La rebeldía del que es fuerte y tiene que cruzar los brazos cuando el hambre viene”.

El folclorista argentino Horacio Guarany, no lo pudo expresar mejor: “Cantor por cantor no más / No hace falta tal cantor / podrá llegar a cantar / pero nunca ser cantor”. Todo artista, como lo pide el folclorista argentino, debe tener herido el corazón.

Una nota de cristal de: Gonzalo Osorio Toro.

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