La Dignidad de un Pueblo Que Se Hace Respetar

Alejandro Nieto Loaiza. Director Revista Juventud
Alejandro Nieto Loaiza. Director Revista Juventud
Alejandro Nieto Loaiza. Director Revista Juventud

Hay momentos en la historia de una nación que la definen. Decisiones que, aunque polémicas, trazan un rumbo claro hacia el respeto y la dignidad. La reciente negativa del presidente Gustavo Petro de aceptar vuelos con deportados colombianos en condiciones inhumanas es uno de esos momentos. Un acto que, lejos de ser simple protocolo, es un recordatorio de que somos un país soberano, digno, y que merecemos respeto en el escenario global.

Por años, hemos vivido bajo una narrativa en la que aceptar imposiciones de potencias extranjeras parecía ser el precio a pagar por el desarrollo o la estabilidad. Colombia, un país con una historia compleja y muchas veces dolorosa, ha visto cómo la dignidad de su pueblo ha sido relegada a un segundo plano frente a las dinámicas del poder global. Pero este gesto de Petro marca un antes y un después: por primera vez en mucho tiempo, un líder se levanta y dice “no” cuando las condiciones no son humanas ni justas, cuando quieren pisotear la dignidad de su pueblo.

El problema no fue la deportación, ni el uso de aviones militares para las deportaciones, sino el trato degradante que recibieron nuestros compatriotas. Colombianos encadenados, sin acceso a agua, tratados como delincuentes y transportados en condiciones que violan los más básicos estándares de derechos humanos. Frente a estas imágenes, que reflejan el desdén hacia quienes migraron buscando un futuro mejor, el gobierno colombiano trazó una línea clara: no aceptamos la deshumanización de nuestra gente.

Esta decisión tiene consecuencias, lo sabemos. Las tensiones diplomáticas con una potencia como Estados Unidos no son menores. Pero hay algo profundamente poderoso en recordar que nuestra soberanía no está en venta, ni siquiera ante quienes tienen mayor poder económico o militar. Es un mensaje que resuena no solo dentro de nuestras fronteras, sino en todo el continente: no se trata solo de defender un territorio, sino de proteger la dignidad de quienes lo habitan.

No es la primera vez que enfrentamos el dilema de las deportaciones masivas. Son compatriotas que, por circunstancias difíciles, buscaron mejores oportunidades y ahora regresan a un país que, en muchos casos, los ha olvidado. Pero, ¿qué mensaje les enviamos cuando permitimos que sean tratados como cifras, como una carga? Decir “no” a estos tratos inhumanos no fue solo un acto simbólico, fue una reafirmación de que cada colombiano importa, sin importar dónde esté o en qué condiciones vuelva.

Colombia se enfrenta ahora al desafío de ser consecuente con esta postura. La dignidad que defendemos en el plano internacional debe también reflejarse en el trato hacia nuestros propios ciudadanos. No podemos exigir respeto afuera si no lo practicamos dentro. Este acto no debe quedarse en una postura aislada, sino convertirse en un faro que guíe nuestras decisiones futuras como nación.

Hoy, más que nunca, debemos reflexionar sobre el tipo de país que queremos construir. Uno que no se doblega ante las presiones, que prioriza a su gente sobre los intereses externos, y que entiende que el respeto se gana con acciones firmes y justas. La dignidad no es una concesión, es un derecho. Y al defenderla, Colombia envía un mensaje claro: no somos un territorio de segunda categoría, somos un pueblo con voz, con memoria y con fuerza.

Gustavo Petro ha puesto sobre la mesa un debate que trasciende la coyuntura actual. ¿Qué significa ser un país soberano en el siglo XXI? La respuesta no está solo en rechazar lo que nos degrada, sino en construir lo que nos dignifica. Y en ese camino, el pueblo colombiano tiene el deber de acompañar, criticar y exigir que estas decisiones sean el inicio de un cambio real y profundo.

La dignidad de un pueblo no es negociable. Es nuestra, la llevamos en la sangre y en la historia. Y hoy, gracias a una decisión que nos devuelve la autoestima, podemos decir que Colombia no solo se respeta, sino que empieza a hacerse respetar.

Una nota de cristal de: Alejandro Nieto Loaiza, Director Revista Juventud

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