La tercera vía: el voto de opinión y el ocaso de la politiquería en el Quindío

José Gustavo Hernández Castaño, Magíster en Ciencias Políticas. Columnista RJ
José Gustavo Hernández Castaño, Magíster en Ciencias Políticas. Columnista RJ

Mientras los partidos tradicionales se disputan las sobras de una legitimidad carcomida y las maquinarias hacen fila para ver quién manipula mejor la miseria, algo está cambiando, silenciosamente, sí, pero con una potencia subterránea que comienza a mover las placas de la política regional. El Quindío, tierra herida por terremotos y clientelas, está comenzando a abrirle espacio a una nueva forma de hacer política: el voto de opinión, la tercera vía, el gesto libre de quien marca el tarjetón sin deberle favores a nadie.

Porque ya no se trata solo de ganar elecciones. Se trata de reconstruir el pacto ciudadano roto por décadas de politiquería, de contratos cruzados y de curules heredadas como si fueran fincas cafeteras. En el Quindío, las cifras de las elecciones a la Cámara de Representantes entre 2014 y 2022 no solo son estadísticas; son epitafios y señales. Epitafios para los que gobernaban con talonario; señales para quienes aún creen que la política puede ser decente.

El Partido Liberal, viejo zorro de la política regional, pasó de tener 62.855 votos en 2018 a apenas 38.133 en 2022. Una caída del 39%. Y, sin embargo, logró dos curules. No por mérito propio, ni por una avalancha de respaldo popular, sino por obra y gracia de la fragmentación ajena, la división de otros partidos y del sistema de cifra repartidora, ese mecanismo matemático que en Colombia a veces premia al más disciplinado entre los derrotados.

Este milagro electoral no es una señal de fortaleza, sino de la bancarrota del sistema. El Partido Liberal sobrevivió porque los demás partidos se atomizaron como panadería sin pan. Fue un triunfo por inercia, por vieja maquinaria que aún respira, por listas bien calculadas y rivales dispersos como estampida sin líder. Pero ojo: no hay oxígeno eterno para quien ya no enamora a nadie.

Si alguien encarna la tragedia griega del poder es Cambio Radical. En 2014 fue el partido más votado en el Quindío con 59.546 votos. En 2022, apenas alcanzó 33.907. Cayó un 43%, como si alguien le hubiera cerrado el grifo de los contratos, los formularios prellenados y las promesas de empleo público.

¿Y qué pasó? Que la gente se cansó del barniz de modernidad sobre el clientelismo de siempre. Que los alcaldes ya no respondieron igual. Que los discursos sobre “gestión eficiente” no emocionan cuando todo huele a favoritismo. Cambio Radical no cambió, y el radicalismo se volvió decadencia. Sufrió el castigo del voto libre, ese que no se arrienda ni se alquila por un peso, una teja, un cupo escolar o, un contrato de prestación de servicios.

En 2022, ningún partido en el Quindío superó el 22% de los votos válidos. La competencia fue un tutti frutti de listas sin alma, slogans reciclados y candidatos más parecidos a gerentes que a líderes. Y eso, aunque parezca caos, es un síntoma de salud democrática: ya no hay hegemonías, no hay todopoderosos. El electorado los está poniendo a todos en su sitio.

Algunos lo llaman crisis; otros lo llamamos oportunidad. Porque mientras los partidos tradicionales se caen a pedazos, otras fuerzas crecen. El Polo Democrático, ese partido que hace unos años apenas arañaba 3.000 votos, hoy, en el conjunto de movimientos alternativos, tiene más de 40.000. ¿Y cómo se logró? Diciendo lo que otros callan: que la política no puede seguir arrodillada ante los contratistas. Que hay que hablar de derechos, de juventud, de justicia. Sin miedo.

La Alianza Verde también resucitó en 2022 con 10.831 votos. No ganó curul, pero ganó respeto y futuro. Porque cuando un partido vuelve al ruedo con propuestas frescas, sin apellidos políticos de tres generaciones, está sembrando en el terreno fértil del hartazgo ciudadano.

El dato más alarmante —y al mismo tiempo más revelador— es la participación electoral. En 2014 fue del 50,7%. En 2022, bajó a 44,6%. Es decir, más de la mitad del Quindío no votó. ¿Desinterés? Puede ser. ¿Desconfianza? Sin duda. ¿Desesperanza? También.

Pero cuidado: esa abstención también es un voto, un “no me representan” que retumba como eco en una sala vacía. El sistema está fallando no porque los ciudadanos no voten, sino porque los políticos no los convencen. Mientras los de siempre repiten fórmulas, los votantes están pidiendo otra cosa: una razón para creer.

Y si de rebeldía se trata, nada más elocuente que los votos en blanco: 23.044 personas marcaron esa opción en 2022, casi el 11% de los sufragios. No es error ni omisión. Es mensaje. Es ciudadanía diciendo: “vine, voté, pero no por ustedes”. A eso se suman otros 14.199 votos nulos y 5.781 no marcados. En total, casi 20% del electorado votó sin elegir a nadie. Una verdadera revolución silenciosa.

Si los partidos no saben leer ese dato, entonces no saben leer nada.

No es izquierda. No es derecha. Es conciencia. La nueva política en el Quindío no vendrá con grandes caravanas ni jingles de cuña radial. Vendrá en forma de voto libre, de ciudadanas y ciudadanos que leen, comparan, piensan. Que no quieren un político que les prometa el cielo, sino uno que les diga la verdad y no robe en la tierra. Que prefieren el rostro nuevo con ideas, al apellido viejo con finca clientelar.

A esa tendencia la llamamos la tercera vía, no como etiqueta ideológica, sino como ruta moral. Es el camino de quienes no votan por miedo ni por favores, sino por principios, por convicciones, por el anhelo de que este país, y este departamento, se puedan gobernar sin sobornar.

La tercera vía es el voto sin ataduras. Y aunque todavía no arrasa en las urnas, ya comenzó a arrasar en las conciencias. Porque cuando una región empieza a cansarse de votar por los mismos de siempre, es que algo grande está por venir.

Sí, que tiemblen. No porque una revolución armada esté en camino, sino porque una revolución de papel y tinta, de opinión y razón, ya está en marcha. El Quindío tiene en sus manos la posibilidad de reinventar su representación, de elegir sin cadenas, de pensar sin miedo.

No se trata de santos nuevos ni de mesías electorales. Se trata de ciudadanía informada, empoderada y digna. Y esa ciudadanía está despertando. Ya no se le compra con un tamal. Ya no se le calla con un contrato. Porque en el Quindío, por fin, votar bien está dejando de ser un milagro para convertirse en una costumbre.

Una nota de cristal de: José Gustavo Hernández Castaño, Magíster en Ciencias Políticas. Columnista RJ

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