El neurólogo Oliver Sacks titula uno de sus libros “Un antropólogo en marte” y en esta habla sobre la experiencia autística en un entorno hostil del que no se entiende mucho. He de decir que no estamos muy lejos de esa experiencia, y es muy probable que vivamos sumergidos en él sin sabor del día a día, tal vez nuestro imaginario nos lleva a proyectar un ideal dotado de sentido sobre lo que somos y a donde vamos, pero también es probable que el conflicto tome protagonismo cuando el choque entre el imaginario y lo real se consuma. El absurdo de nuestra vida empieza a hacerse más grande cuando el imaginario fantasioso empieza a proyectarse en forma de espejo de los otros hacia nosotros, y es ahí cuando empezamos a fortalecer las dudas con las que nos flagelamos todos los días.
Camus decía que solo aquellos que se proponen como gran objetivo buscar el sentido de la vida acababan por terminar con ella, pero si aceptábamos el absurdo de esta podremos continuar sin mayor preocupación; tal vez el absurdísmo puede plantearnos grosso modo una postura similar a aquella frase que dice “el ignorante vive feliz”. Creo que la ignorancia violenta, la duda y es la inquietud la que nos angustia, y es la angustia la que nos moviliza a buscar respuestas, así que ese sin sentido puede llevarnos a un conflicto profundo si lo seguimos viendo como un fin y no como un medio. El espejo no debe ser más que un recordatorio de que las respuestas están en nuestro imaginario (en el mismo lugar donde nacen las preguntas) y no en el mundo sensible, de la misma manera que la cura está en el lenguaje y no en el pensamiento, debemos ser movilizados por él sin sentido y no por la aceptación del absurdo y el espejo estará presente cada vez que se nos olvide quienes somos.
La posición que adquirimos en muchos escenarios relacionados con “mi lugar en el mundo”, también puede estar condicionado por el “¿qué hago yo en el mundo?”, y es un malestar intrínseco y permanente que nos llama y nos aqueja, es así como nos cuestionamos constantemente incluso por la existencia misma, por los sistemas, por los gobiernos, por nuestras familias y por lo que nos rodea. Tal vez Freud pueda hablar de esto mucho mejor en su libro del “malestar de la cultura”, pero lo que si podemos concluir es que cuando pasamos de “animales a dioses” como lo describiría Harari, el planeta se volvió en universo y la duda que quejaba la supervivencia se convirtió en una cuestión por la existencia. No dejemos de buscarle sentido y es mejor negarnos a aceptar el absurdo, estamos sobrepoblados de conformistas y la critica se volvió un insulto.
Una nota de cristal de: Enmanuel Cubides, Estudiante de Psicología y Representante de la facultad de Psicología de la Universidad del Valle.
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