“Pasé la noche enterita consultando diccionarios,
Libritos, epistolarios y formularios de amor;
Pero en ninguno de esos libros con versitos
Encontré mi amor escrito con calor”.
Churrasca. Tango.
Música y letra: Francisco Lomuto
“Nunca se termina de aprender a leer. Tal vez como nunca se termine de aprender a vivir”.
Jorge Luis Borges.
Parecería que es más fácil hablar que escuchar y, por consiguiente, la lectura se acercaría, en nuestras trayectorias vitales, antes que la escritura.
Nos asombra y a veces aplaudimos a los infantes que abren un móvil, que juegan, que operan, que interactúan. ¿Será acaso ésta una lectura? ¿Sin saberlo, tenemos un Mozart en la casa, –y qué tal encontrar a un Hikari Ōe, pero no, eso no lo cuenta sino Kenzaburo-? o ¿De qué se trata y qué tan conveniente es para su desarrollo cognitivo? Sobre esto hay muchas discusiones.
Qué podríamos pensar de los estudiantes (de distintas edades), de los jóvenes, desde la experiencia de los profesores, y por lo que comentan los padres, los adultos más o menos mayores, más o menos responsables. ¿De verdad escuchan? Pero, también, son lacónicos, o por lo que nos enteramos, no tienen tanto de qué conversar con los que no son de su “grupo de edad”. Y si no están oyendo (en algunas clases los estudiantes tienen puestos audífonos o están enchufados a un móvil), ni tienen mucha fluidez, o se quedan cortos para hacerse entender, y ni mencionar la pobreza de léxico. ¿Qué los mantiene absortos?
Y, bueno, de que chatean, chatean. Entre los mensajes que se envían con tanta frecuencia, habría que pescar las frases bien construidas y las palabras completas. Y entresacarlas de los emoticones, las imágenes y los mensajes de voz. Entonces, para ser concretos y directos: ¿A qué le prestan atención?
O, por qué vamos en este punto. O si se trata de atraer a los lectores con un tema polémico y después llegar al meollo. Sí, el asunto que nos debe ocupar es el de la atención. Y dar dos pasos más: sobre la selección de la información y, siempre, la lectura.
Tal vez se trate de tareas inútiles, pero necesarias, como lo propone Nuccio Ordine, en sus libros y conferencias, y quien ganó el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2023 y es admirador de sus antecesores y amigos Umberto Eco, George Steiner, Emilio Lledó, y de la infaltable Marguerite Yourcenar, y de sus Memorias de Adriano. Porque también estos otros se preguntaron por las humanidades, la lectura, la escritura y, de manera consecuente, por la atención.
Hay que comenzar con la atención y, al final, volver a ella. De eso se trata en El infinito en un junco, de Irene Vallejo, y en la Historia de la lectura, de Alberto Manguel. Un camino muy lento, que puede comenzar en Grecia, en Roma, y antes en India, y que será la ocupación por excelencia de los monasterios en la Edad Media: orar y laborar. Y la oración tenía que ver con la meditación de textos escuchados, enunciados, salmodiados y saboreados. A propósito, el profeta Ezequiel recomienda que se coman el rollo de las escrituras y asegura que les sabrá a miel. Y, entre otras tareas más de la vida y de la manutención, la energía, los recursos y una dedicación grande estaban destinados a la copia, la iluminación y encuadernado de los libros, antes de que tuviéramos la imprenta.
En la actualidad y hacia el futuro, tenemos y tendremos los libros, las bibliotecas enteras, que queramos, y, además, la información más vasta, los iconos, los audios, y la aparente conectividad, y casi que la presencia ininterrumpida de interlocutores y receptores ávidos de estar en contacto, y, como algo paradójico, aquejados de soledad, de ansiedad y de vacío, como los hikikomori japoneses. Podemos hablarnos y leernos sin parar, tal vez el problema está en que no nos contemplamos, no nos escuchamos; la atención se desborda y quedamos más desconcertados. Hasta en un estado de torpor, “de lentificación de los reflejos, la disminución de la sensibilidad y el embotamiento de la mente”.
Y, en cuanto a leernos, sí nos llegan los textos, pero muchos demuestran escasa comprensión lectora, ni qué decir de la crítica, y, lo que se ha impuesto es que no hay tiempo sino para breves resúmenes, abstracts, informes ejecutivos, infografía; porque ¿qué necesidad hay de detenerse y de desgastarse, si hay tanta información que nos espera?
Estamos metidos en la rueda de los hámsteres, dentro de un gimnasio mundial: todo circundado de espejos, para vernos y solazarnos viéndonos hasta el infinito.
Bueno, quedemos en algo, necesitamos la alfabetización que conocemos y toda una experticia en selección y discriminación del bagaje inmenso de comunicaciones. Claro, se requiere método, y lo que es más grave, criterio. Qué problema, porque esto se consigue, casi siempre, con más lecturas y reflexiones. Tenemos apoyo increíble en los buscadores y, ahora, en la inteligencia artificial. Pero, esto demanda paciencia, y cómo no, quietud, cerrar pantallas, silencio, abstracción. Qué maravilla, tenemos audios de las lecturas, traductores, procesadores, correctores, miles de ayudas. Pero quién decide qué lee, cómo lee, para qué lee, y qué le queda, es el lector.
Como las pinturas holandesas, de Vermeer y sus contemporáneos, que tienen cuadros dentro de los cuadros y reflejos en copas de vidrio y en espejos. Verlos, los vemos, ¿quién entra en ellos?, ¿quién los devela?, ¿a dónde nos llevan? Esto lo encontramos en el Tríptico de la infamia de Pablo Montoya.
En este momento, hay una gran ofuscación en las redes sociales y muchos se quejan de la prensa, de los medios. Dicen que hacen mal su trabajo. Que son vendidos. Que están divulgando información incompleta, descontextualizada, falseada. Pero uno se pregunta, ¿de verdad estos medios y estos periodistas tienen tanto poder como para cambiar la mentalidad de sus receptores? Por supuesto, en una red social resaltan los logos, los llamados de atención, las últimas declaraciones, la noticia de última hora. Pero, ¿será que todo esto es seleccionado, sopesado, o al menos leído, repasado con cuidado por los lectores?
Porque habría otro riesgo, así los medios se propusieran influir en cambiar las opiniones y falsear la realidad, un lector ya fuera por terquedad, o por cerrazón, o porque tiene una estructura que considera correcta o completa, entre tanta información, se quedaría siempre con lo que ha preferido, con los autores que él quiere leer, los que piensan como él. Qué buen ejercicio sería, no sabríamos si la gente lo hace, que uno se propusiera buscar por lo menos uno, unos pocos autores, o emisores, de los que tiene vetados, de los que desprecia, o de los que señalaría como inaceptables. O también, leer, aproximarse, a un hecho, noticia, dada por dos medios o comentaristas enfrentados, para hacer una lectura, una recepción, comparadas, analíticas, sistemáticas, críticas.
¿No será que se trata de un encubierto moralismo, de creer que nosotros, los que nos juzgamos como los mejores, sabemos qué es lo bueno y qué debe ser reprobado? Además, lo que se necesita es prensa, con libertad, y lectores de prensa, que la confronten. ¿Quiénes, de los que hacen parte del coro de los detractores de los medios, son realmente lectores, con alguna solvencia, con capital cultural, en fin, lectores?
Indaguen con los estudiantes y con sus hijos, si ven noticieros, si leen prensa impresa o, por lo menos, en pantalla. Si escuchan los programas de radio con información nacional. Habrá quienes sí, no se puede generalizar. Pero, quién sabe si sea tan real que los medios deciden qué piensan estos ciudadanos. Comentábamos, el pasado 2 de mayo, con un grupo de jóvenes, de comunicación y periodismo (no de bacteriología, ni de veterinaria), de 18, 19, 20 años. Se les examinó si habían sabido de algún hecho importante de esa fecha, en el 2002, en Colombia.
Es cierto, ellos apenas estaban naciendo, no podían haber sido testigos. Pero tampoco se trataba de pedirles que recordarán el Apolo XIII, que es algo que pasa en un tiempo ignoto y en la luna. Pero, en su trayectoria de vida, inundados por los medios, conectados como se mantienen, algo podrían haber recibido. No, no tenían ni idea. Bojayá puede ser una población de Cundinamarca respondió alguno. Menos van a saber de la Comisión de la Verdad, del Proceso de paz y de los Acuerdos. Pero pueden haber visto, comentado y reenviado algún meme, o frase, de la última pelea del Presidente, de la coronación de un rey, o de un resultado de deportes.
Un niño que insiste en que le lean el mismo cuento una y otra noche, también aprende a elegir. No cualquiera puede tener una nana lectora, políglota, como la de Alberto Manguel; pero tener quién nos lea en la infancia, nos marca de por vida, nos cambia los sueños y la realidad. Más adelante, esta selección de los materiales, de los formatos, de las lecturas y de los códigos, hablar otras lenguas, se convertirá en un acto de responsabilidad y libertad, en un ejercicio de mayoría de edad, como lo pide Kant. En la ciencia, en el conocimiento, buscar, optar, es también abrir bifurcaciones. En la política, en cambio, decidir, es hacer la voluntad, es una opción de poder.
Volvemos a las cuestiones iniciales: ¿Qué les llama la atención? ¿De qué saben? ¿Qué les interesa? a los jóvenes; a los estudiantes que, por lo menos en Colombia, tienen el privilegio de entrar a las universidades; a los electores; a los internautas y a los receptores del presente. No pueden decir que están desenterados por falta de datos, ni porque los medios los obnubilan. O que confunden los hechos porque han tenido información falseada, o porque es desbordante. No están tan desvalidos, no tienen las excusas de las muchedumbres de fieles y vasallos de otras épocas.
Habría que discutir si todo es lectura, o es recepción, o es expectación, o es exposición a los medios, o conectividad. O, como decíamos al iniciar, un inocente juego de párvulos. Tenemos datos y estadísticas de las entradas, de si abren o no un artículo, de los comentarios, de si lo reenvían, de toda la interacción. ¿Qué nos falta? O es fatiga inútil, como se lee en la biblia y lo replica Ordine.
O ¿la lectura se puede reemplazar por un abrir de pantallas, o por repasar unos titulares, o, podría ser, por la escucha de una columna? Hay muchos recursos, se pueden usar diferentes soportes (impresos y en pantallas, en simuladores y en realidad expandida y qué nos faltará por ver). Sí, es verdad que hay otras maneras de comunicarse, otros lenguajes, otras culturas, lo que sea; pero, en resumidas cuentas: un texto de calidad sigue siendo el que está bien escrito, que tiene fuentes, que cita autores, que propone intertextualidades y transposiciones de códigos, que cita en otras lenguas, y, obvio, que hace reflexionar, que deja inquietudes, que abre mundos.
Porque, de la misma manera, podríamos escudriñar por qué es un libro, a qué objeto nos referimos, qué contenidos tiene, para quiénes es. En esto pueden servirnos mucho el monólogo de Carolina Sanín, sobre la FILBo – Feria Internacional del Libro de Bogotá.
Y los maravillosos programas de la Emisora Javeriana, de Carmen Millán de Benavides, Directora del Instituto Caro y Cuervo.
Otro asunto que queda por estudiar, hay muchas maneras de informarse, pero se privilegia y abunda lo oral icónico. Es común escuchar: no, ahora ya no se lee. No hay necesidad. Ahora se aprende de otra manera. Estos productos culturales, de los que hablamos, textos de calidad, o programas de análisis, de expertos, de divulgación científica, de filosofía, de crítica de arte, de historia, política, entre otros; por supuesto que se pueden editar, poner en formatos atractivos, en horarios de alta demanda, en plataformas asequibles, de libre acceso. Pero, necesitan ser leídos (están muy cuestionadas las “competencias”, por eso no hablamos de competencias lectoras), requieren estudio, reflexión, y otro tipo de atención.
El espectáculo no es suficiente. Hacer viral un contenido no es todo. La globalización no da los resultados esperados. Para terminar, Simone Weil escribe que la atención es «la forma más pura y rara de la generosidad».
Hasta hace poco, la lectura y la escritura eran unos de los métodos más prácticos para centrar la atención. Nos deteníamos en ellos y nos regalaban tesoros y nos transformaban. Sí, dice Ordine, no son garantía de nada, porque los libros no exigen de los lectores ni de los escritores, la ejemplaridad. No obstante, los mundos, los paraísos, son otros con alfabetos y bibliotecas, como quisiera Borges, como sueña Irene Vallejo. Por eso Vedran Smailović tocaría el chelo en la destruida Vijećnica, la Biblioteca de Sarajevo.
Ahora, la hiperconexión y la hipermediación nos están entregando el material de los sueños no soñados, nos han abierto las puertas a todos los paraísos y a todas las sensaciones y viajes, y al parecer, sin oponer resistencia, sin querer despertar, como unos borrachos, como a ingenuos devotos, como seguidores de héroes y demagogos, como niños obnubilados, nos han robado para siempre la atención.
Una nota de cristal de: Andrés Calle Noreña, Comunicador. Con estudios de antropología. Amante de la etnografía.
Que delicioso artículo, muy interesante
Importante promover la lectura critica
Los jóvenes tienen que adentrarse a la lectura, no hay excusa
Quise solo leer la introducción, pero me fue imposible dejar de leer. Una joya de artículo.