
En medio del escándalo político que sacude a Colombia tras la filtración de audios del excanciller Álvaro Leyva, una expresión ha ganado protagonismo en el debate público: “golpe blando”. El propio presidente Gustavo Petro ha utilizado el término para describir lo que considera una estrategia sistemática para desestabilizar su gobierno. Pero ¿qué significa realmente esta expresión? ¿Es aplicable al caso colombiano?
El concepto de golpe blando —también conocido como golpe suave, golpe encubierto o incluso lawfare— fue desarrollado por el politólogo estadounidense Gene Sharp, quien propuso métodos no violentos para derrocar gobiernos sin el uso directo de la fuerza militar. A diferencia de los golpes clásicos, ejecutados por generales y tanques, los golpes blandos se caracterizan por su ejecución silenciosa: campañas mediáticas, presión judicial, movilizaciones sociales dirigidas y pérdida progresiva de legitimidad institucional.
Sharp identificó cinco etapas fundamentales en este tipo de operación: crear malestar social, intensificar campañas de desprestigio, fomentar protestas organizadas, generar ingobernabilidad y, finalmente, forzar una salida “legal” del mandatario. Estas acciones, coordinadas, pueden fragilizar gobiernos legítimos bajo una fachada de legalidad, sin necesidad de violencia directa.
En América Latina, varios episodios han sido señalados por analistas como ejemplos de este fenómeno. En Brasil, la salida de Dilma Rousseff en 2016, impulsada por un juicio político sin pruebas contundentes de corrupción, es vista como paradigma de golpe blando. En Bolivia, la renuncia de Evo Morales en 2019, precedida por protestas, presión militar y denuncias internacionales, también ha sido señalada bajo esta óptica. En Paraguay ocurrió algo similar con la destitución de Fernando Lugo en 2012.
En el caso colombiano, los audios revelados por El País mostrarían a Álvaro Leyva explorando un plan para remover a Petro del poder antes de 2026. Menciona un “gran acuerdo nacional”, posibles alianzas con actores armados y respaldo de figuras políticas e internacionales. También se habla de su visita a Estados Unidos, donde habría buscado respaldo entre republicanos cercanos al expresidente Donald Trump. El objetivo: acelerar una transición política sin recurrir a elecciones anticipadas, quizá por la vía jurídica, mediática o diplomática.
Aunque algunos consideran exagerado calificar esta situación como golpe blando —dado que no se han concretado acciones institucionales contra Petro—, la forma en que se planificó la estrategia y la intención confesada de “sacarlo” del poder encajan, según varios expertos, en el marco conceptual definido por Sharp.
Pero más allá de la terminología, el debate revela una tensión de fondo: ¿dónde termina la oposición legítima y comienza la conspiración? ¿Cuándo una estrategia política pasa de ser crítica al gobierno a intentar deslegitimarlo y removerlo por vías no electorales?
El escándalo Leyva, más allá de su desenlace judicial, ha abierto en Colombia una conversación urgente sobre la estabilidad institucional, el papel de los medios, el uso de la justicia como arma política y los métodos sutiles mediante los cuales puede operar una destitución encubierta. Y en esa discusión, el concepto de “golpe blando” ya no es solo un término académico: es una advertencia sobre los nuevos lenguajes del poder.
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