El sombrero del comandante Papito 

Gonzalo Osorio Toro -Columnista RJ
Gonzalo Osorio Toro -Columnista RJ
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Creo que no era necesario que el presidente Petro, declarara el sombrero del Comandante Papito, como patrimonio cultural de la nación. El sombrero de Pizarro está en el alma de la nación desde los tiempos del comandante; así como están en la memoria de Chile y en el alma de la cultura universal, la gorra de Neruda, y en el alma de la poesía colombiana la boina de León de Greiff. De por sí son símbolos imborrables que representan lo que ellos fueron, así como para la revolución universal lo es la gorra de Lenin. Es tal el arraigo del símbolo, que muchos garrapateadores de versos, se creen poetas porque usan boina y fuman pipa. El sombrero del Comandante Papito, más que un patrimonio cultural de la nación es un símbolo de la paz, pero una paz proveniente del amor de humanidad, del deseo de un patria justa y mejor, una paz proveniente de las luchas por la libertad y la independencia, y de las treinta y tres guerras del coronel Aureliano Buendía. El sombrero del comandante Papito es un símbolo de paz y no de guerra, por eso como símbolo ya está en el corazón de los colombianos que vemos en el coronel Aureliano y en Carlos Pizarro, a los guerreros heroicos que trazaron el camino de la paz que nos ha de llevar a construir una Colombia justa incluyente, y mejor. Esos guerreros de la paz simbolizan la Colombia del futuro.  

Quienes queremos una patria en paz, y con un futuro prometedor, nos identificamos con el símbolo, más que con el concepto de patrimonio cultural. Ante este concepto reaccionan iracundos los Caballeros de la Gruta con sus camisas negras, los Legionarios del reino azul, con sus camisas pardas, y los Falsarios del Horizonte Rojo se rasgan sus  uniformes de fino paño inglés, y sus almas se ahogan en el llanto amargo de su propia desazón al ver en  el palacio del precursor Antonio Nariño, un simple sombrero que si pudieran lo destrozarían a navajazos, lo rociarían con gasolina y lo quemarían  en la puertas de la catedral, al mejor estilo del inquisidor Ordoñez y sus camisas negras, la muy cabal María Fernanda, y sus legionarios de camisa parda, y sus áulicos Polo Polo y J P Hernández, de la cofradía del cráneo eco eco. 

“Ese sombrero debe arder en los infiernos”, este razonamiento profundo, es de la muy cabal María Fernanda, la misma de la profunda frase “Estudien vagos” Filósofa debidamente reconocida por las muy carnestolendas Cacerolina Lagañín y Pepita Mendieta, y los directores de las películas La masacre del Aro, Sangre en las calles de Macayepo, y Bombas sobre niños reclutados. Todos ellos, como en fuente ovejuna, gritan a una, que la peor ofensa a la nación es que en un salón de la casa de Nariño, descanse como símbolo de paz el sombrero de un legendario guerrero que entregó su vida simplemente por querer una Colombia en paz. La muy cabal María Fernanda, graduada en la academia de música de Johann Sebastián Mastropiero, directora del coro disfónico integrado por descompositores de la talla de J P Hernández la mascota, Miguel Polo Polo El desteñido, David Luna el lunático, y Miguel Uribe, el ratón Miguelito, poseedores de una moral tan grande, que la tienen triple, se horrorizan por un sobrero, pero aplauden el ruido de las bombas al caer sobre niños reclutados a la fuerza. 

Viéndolo bien, el sombrero del comandante Pizarro, luciría maravilloso en la cabeza de la filosofa caleña, mujer muy cabal, quien embutida en su hermosa tanga brasilera, podría desfilar por las playas de Cartagena cerveza en mano, acompañada de su mascota el masajista Polo Polo, ante la mirada conmiserativa de los vendedores de las azules pastillas del amor. Tal vez así, luciendo el sombrero del Comandante Papito, y después de un buen alicoramiento, y las manos prodigiosas de su masajista, pueda entrar en paz consigo misma. 

Una nota de cristal de: Gonzalo Osorio Toro

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