Prologo a un santo en el infierno – Juan Pablo Barrientos | Por Gonzalo Osorio Toro – Revista Juventud

 

El periodista, investigador y escritor Juan Pablo Barrientos, me ha hecho el honor de prologar mi novela, Un  santo  en el  infierno, próxima a ser publicada. Agradezco su inmensa bondad, y espero que su prólogo,  contribuya como estoy seguro lo será, a la lucha contra la pederastia en Colombia.

Un grupo de periodistas de un diario estadounidense Boston Globe investigó y publicó la investigación más importante de sus carreras, la que puso contra las cuerdas a la más poderosa, milenaria y millonaria institución: la Iglesia católica. El 6 de enero del 2002 fue quizá la fecha que marcó el comienzo del declive de un grupo de hombres que se creían intocables y por encima de la Constitución y de la ley. Desde entonces, las grietas de la catedral quedaron expuestas y las noticias criminales contra miles de sacerdotes pederastas llegan desde todos los puntos cardinales. Solo en Francia hubo 216.000 víctimas entre 1950 y el 2020, y en Portugal, en el mismo lapso, hubo 4.815 víctimas.

Gonzalo Osorio Toro logra con su novela “Un santo en el infierno” narrar con humor y sátira las más importantes y tenebrosas revelaciones de la pederastia eclesial de los últimos 20 años. Desde Fernando Karadima hasta Marcial Maciel, pasando por el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, Gonzalo atiende a cada uno de estos depredadores sexuales y los reviste con las palabras necesarias para narrar el horror que estos representantes de Cristo en la Tierra infligieron sobre miles de niños, niñas y adolescentes.

La novela tiene su origen en Santa Rosa de Osos, municipio de Antioquia en el que un accidente convierte a María de los Milagros en una reliquia viviente que todos los creyentes católicos quieren visitar. Mejor lugar no podía haber escogido Gonzalo para situar su historia, pues este pueblo es una fábrica de curas para el mundo, muchos de ellos pederastas. Su obispo actual, Elkin Fernando Álvarez, no solo es un encubridor de pederastas, sino que también cohonestó los delitos del arzobispo de Medellín, Ricardo Tobón Restrepo, de quien fue discípulo y obispo auxiliar. Álvarez fue el secretario general de la Conferencia Episcopal durante la administración de Ricardo Tobón y Óscar Urbina, vicepresidente y presidente, respectivamente, un par de impresentables que protegieron a decenas de pederastas; además, Urbina fue denunciado por abuso sexual contra un menor de edad y salió expulsado de Villavicencio, mientras que a Tobón le quedan dos años más de una impunidad que las autoridades civiles ignoran dolosamente.

A todos los personajes que menciono en los párrafos anteriores, y a miles más, los une un nombre, el protagonista de esta novela: “un santo en el infierno” por el que los creyentes católicos se encadenaron a las puertas de Caracol Radio en septiembre de 2018 porque, según ellos, los ofendí cuando usé la voz de Juan Pablo II saludando a los niños colombianos en su visita al país en 1986. Esa voz, carismática y en la cúspide de su reinado, repetía la frase “Dejad que los niños vengan a mí” y exhortaba a los niños a manifestar su amor por la Iglesia.

El más connotado encubridor de pederastas que jamás haya existido, Juan Pablo II, es el protagonista de la novela de Gonzalo. A él lo redime Francisco, que con frases grandilocuentes le quiere hacer creer al mundo que tiene la firme intención de erradicar la pederastia. Si quisiera hacerlo, ya habría abierto los archivos secretos que reposan en la Congregación para la Doctrina de la Fe, la oficina vaticana encargada de repartir absoluciones a los curas pederastas.

Cuando comencé mi investigación periodística en el año 2018, me referí a Francisco en los mejores términos, convencido de sus buenas intenciones, pero en la medida en la que me adentré y me revolqué en las alcantarillas vaticanas que recorren todas las ciudades del mundo, entendí que estamos ante una empresa del crimen organizado transnacional que protege y promueve a pederastas blindándose con el fervor y el amor de los fieles creyentes.

En una investigación que estoy haciendo con el periodista Miguel Estupiñán para llegar a los archivos secretos de todas las diócesis, arquidiócesis y comunidades religiosas de Colombia, los jesuitas –comunidad religiosa a la que pertenece Francisco, el jesuita, como lo llama Gonzalo en su novela– sorprendieron con la respuesta más pueril. Enviamos 137 derechos de petición a todos los obispos y superiores de comunidades religiosas, y solo respondieron las cuatro (4) preguntas de nuestra petición; 122 obispos decidieron irse a una guerra para la que contrataron los mejores bufetes de abogados de todo el país. La suma, según una fuente protegida de la Conferencia Episcopal, va en un millón de dólares, aproximadamente, gastados por la mayoría de los obispos del país para proteger -de dos periodistas fisgones- sus archivos secretos. 

Hasta la fecha en que le envié este prólogo a Gonzalo, habíamos ganado 80 tutelas, perdido 40 y 3 aún no habían sido falladas. Unos de los que perdieron fueron los jesuitas, en primera y segunda instancia. La defensa del provincial, Hermann Rodríguez Osorio, más que vergonzosa, fue delincuencial, pues solo reportó haber recibido, en toda la historia de la comunidad, una sola denuncia, pero realmente son decenas las que reposan en sus archivos secretos. Lo mismo ocurrió con los progresistas Luis José Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá y presidente de la Conferencia Episcopal, y Darío Monsalve Mejía, arzobispo emérito de Cali. Estos dos personajes, autoproclamados defensores de los derechos humanos, son tan peligrosos como el arzobispo de Medellín, a pesar de que lo desprecian y se creen mejor que él. En las respuestas a los derechos de petición decidieron irse a la guerra para proteger a los depredadores que tienen en su clero.

Conocer todo lo narrado por las víctimas y los archivos secretos solo es posible bajando no al infierno, sino a sus alcantarillas, adonde hemos llegado algunos para volver a salir y otros para quedarse. Un santo en el infierno recuenta con gracia y sarcasmo los horrores de las víctimas de los abusos sexuales eclesiales, pero no se queda ahí, sino que propone una salida que la Iglesia católica no quiere tomar: el reconocimiento de sus delitos y el perdón que le tienen que pedir a las víctimas.

Gracias al profesor, escritor y columnista Gonzalo Osorio por invitarme a bajar al infierno y darme el honor de ayudar a abrir un baúl que confirma las hostilidades que los representantes de Cristo en la Tierra llevan cometiendo por más de 2000 años.

Una Nota de Cristal De: Gonzalo Osorio Toro

Revista Juventud, Notas De Cristal Para Una Generación En Construcción.
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