CONDICIÓN ASPERGER, NARCISISMO Y POLÍTICA

Hace pocos días Juan Fernando Petro, hermano del presidente de Colombia Gustavo Petro, dijo a una periodista del programa de televisión “Los Informantes”, que, en su adolescencia habría sido diagnosticado como Asperger. Dijo, igualmente, que el psicólogo que emitió de dicho diagnóstico, habría sugerido que este podría ser extensivo a Gustavo Petro, dado que los comportamientos que lo hacían sospechar eran compartidos por los dos hermanos. Como era de esperarse, dada la constante cacería de noticias que pudiesen afectar la imagen del presidente, esta posibilidad se convirtió, en manos de la oposición política y varios medios de comunicación, en una exigencia para revelar los posibles impedimentos para el ejercicio de su cargo. Se afirmó que podría estar impedido para desempeñarse como presidente de los colombianos por razones de salud mental. El presidente Petro desmentiría poco después la existencia de tal diagnóstico. Más allá de sí las fechas concuerdan o no y de la posibilidad de tomar como diagnóstico determinante la impresión a media distancia de un psicólogo de colegio, – que podría ser o no certero -, quiero reflexionar, bajo el supuesto de que tal diagnostico fuese cierto, acerca de si este constituye un impedimento clínico para ser presidente. Quiero compararlo además, con la posibilidad de que personas narcisistas ejerzan dicho cargo. La pregunta sería; ¿Cuál de los dos, un asperger o un narcisista, podría suponer mayores riesgos para el país? Para responder esta pregunta, revisaremos los dos conceptos:

Ser asperger es tener una condición y no una enfermedad o un trastorno. Es una forma de ser y de relacionarse con el mundo y los demás que no puede equipararse a una patología. Tampoco hace daño a los demás por sí. En esencia, una persona asperger posee pocas habilidades sociales, resultándole más fácil desarrollar actividades en solitario, por lo que pueden ser grandes lectores, pero no el “alma de las fiestas”. Generalmente evitan las multitudes y los espacios bulliciosos.

Su manera de comunicar suele diferenciarse de la mayoría de las personas con tendencia a la excesiva corrección, y literalidad en el uso del lenguaje, pero tiende a resultar extraña para otros. El contacto físico y visual con otras personas les genera dificultad frecuentemente. Tienden a ser personas de intereses obsesivos, de tal manera que cuando se interesan por un tema, este robará su atención largamente, muy por encima de otros tópicos. Presentan generalmente gran apego por las rutinas y por los espacios familiares a la vez que gran sensibilidad sensorial, por lo que los ruidos excesivos o las luces brillantes, pueden, con frecuencia, crearles incomodidad mayor que a otras personas. La interacción social les resulta más fácil cuando desarrollan pautas fijas de comportamiento. Hay tendencia en el asperger a tener una memoria prodigiosa y un coeficiente intelectual superior. Tiene un excesivo apego a la corrección y a comportarse de acuerdo con sus principios de vida, por lo que unido a cierta limitación para el manejo de códigos culturales – que no legales- puede llevar a ser percibido como pedante (no lo es, en sentido estricto).

Suele considerarse en la literatura, que carece de empatía. Yo precisaría que su empatía cognitiva se afecta más que la empatía emocional, esto es, le resulta difícil ver desde el lugar del otro, pero no sentir su dolor. Esta distinción es importante. La dificultad para manejar los códigos culturales a veces le causa ansiedad e irritación, pero no es frecuente que dicha irritación se convierta en violencia contra otras personas. Se sugiere a veces que su mente funciona como una computadora. El hecho de que grandes personajes del mundo tengan la condición de asperger podría no ser una casualidad, si no el resultado de un cerebro que no gira en torno a las vanidades sociales, y sí, en torno a los grandes asuntos que le obsesionan.

El narcisismo, por otro lado, es un trastorno de personalidad – ese sí, un trastorno -, caracterizado por la necesidad imperiosa de ser tratado como alguien superior. Se ha afirmado en la literatura que el narcisista se siente superior. Es posible que esto no sea necesariamente así: muchos narcisistas intentan convencerse a sí mismos y convencer a otros de que son superiores, porque en el fondo es su manera de luchar contra sentimientos de inferioridad que los agobian. El narcisista tiene una muy elevada autoestima explícita y posiblemente en la mayoría de los casos, una baja autoestima implícita. Cuando el narcisista siente que no se le da la importancia que pretende, suele estallar en ira; son las “iras narcisistas”. El narcisista es pedante, arrogante, dado a imponer sus puntos de vista y sus caprichos, necesita figurar y aparentar, exagera sus logros, tiene fantasías constantes de éxito y singularidad, tiende a ser manipulador y un transgresor empedernido de las normas. Las reglas aplican para otros, pero no para él, lo cual es grave para la convivencia humana. Presenta, además, una enorme resistencia a aceptar el error y la crítica, pues hacerlo afectaría su rígida autoimagen de grandeza. Es resistente al cambio y a la negociación. Su mala empatía emocional – dificultad para sentir desde el otro y su dolor – y su poco apego a los principios éticos universales, podrían ser sus mayores problemas. El narcisista mirará prioritariamente sus propios intereses y no los intereses colectivos. Un narcisista resentido por que se ha desconocido supuesta grandeza puede ser muy peligroso; especialmente cuando tiene poder.

El mundo político está lleno de narcisistas. Lo está, porque el narcisista ama el poder (esto no significa que todo político sea narcisista). Su discurso insistirá falsamente en la defensa de la democracia y en su preocupación por resolver los grandes problemas que aquejan a los más vulnerables, pero su auténtica motivación será el poder, la fama y la defensa de sus propios intereses. El poder político para el narcisista no es un instrumento al servicio del pueblo, sino el merecido premio o reconocimiento a su pretendida grandeza. No dudará en defenderlo con las armas a su alcance. Su capacidad manipuladora, su facilidad para transgredir las reglas de la democracia, su sagacidad para engatusar, su resistencia a regirse en sus acciones públicas y privadas por principios éticos, su dificultad para negociar sobre aquello que no favorezca sus propios intereses y su negativa a apoyar los aciertos de otros políticos – porque le roban brillo –, hacen del narcisista un político nefasto para los intereses colectivos. Hemos sido gobernados, sin embargo, por narcisistas, como lo han sido otros países. Sus acciones de gobierno se han dirigido a perpetuar su supuesta grandeza, y con frecuencia, a perseguir con resentimiento, a quien se les opuso o no hizo su voluntad. No es difícil identificarlos, si se entiende bien el trastorno narcisista y sus manifestaciones, al igual que si nos informamos adecuadamente del acontecer político y establecemos las asociaciones correctas. Las consecuencias negativas de haber sido gobernados por un narcisista se sienten décadas después. Pero la política tradicional y los medios no reaccionarán contra ello, quizá porque compraron el discurso de grandeza del narcisista, quizá porque en estos círculos se vieron beneficiados por su gobierno, quizá, porque otros narcisistas hacen cola en busca del máximo poder político u otros beneficios y los acuerdos narcisistas existen.  Reaccionan en cambio, espantados, ante la posibilidad de que un asperger sea presidente. Reaccionan así, quizá, porque ese supuesto – o real – asperger, no pertenece a su “círculo de grandeza” y no defiende sus privilegios. No les importa que una persona asperger no represente un riesgo mayor para el país. No lo representa porque las limitaciones de un asperger le afectan especialmente a él, mientras las limitaciones de un narcisista afectan esencialmente a los demás.

La propensión del asperger a la corrección ética y la literalidad puede a veces generar dificultades menores a sus relaciones y equipo, y crearle ansiedad, pero puede, en cambio, tener enormes beneficios colectivos. La propensión del narcisista a pisotear toda ética colectiva puede, en cambio, traer grandes consecuencias negativas para la sociedad. El riesgo no es ser gobernados por un asperger. El riesgo es, ser gobernados por narcisistas y lo hemos sido. Y otros están haciendo cola para gobernarnos.

Una nota de cristal de: Javier Murillo Muñoz. PhD. Docente universidad del valle, sede Palmira.

Notas De Cristal Para Una Generación En Construcción

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