El Quindío, una región conocida por su belleza natural y su tradicional economía cafetera, ha caído en las manos de un poder oscuro que devora sus recursos y su futuro. Desde el ascenso al poder en 2011 de dos grupos nucleados desde la Gobernación y la Alcaldía de Armenia, el departamento ha sido secuestrado por una élite mafiosa que opera desde las sombras. Estos grupos, financiados por contratistas y negociantes, han convertido la contratación estatal, los negocios y el clientelismo en su método para controlar la política local. Y lo más preocupante es que no solo han gobernado durante años, sino que, con cada elección, su poder se ha consolidado. Las crisis de legitimidad que marcaron las elecciones de 2019 y se profundizaron en los mandatarios electos de 2023 solo confirman que los ciudadanos están cada vez más alejados de las decisiones que afectan sus vidas.
La situación es grave. Mandatarios débiles, sin respaldo ciudadano y con mínimos recursos propios, han sido elegidos con porcentajes de voto ínfimos, y esto no es casualidad. Los verdaderos dueños del poder en el Quindío no son los alcaldes ni los gobernadores electos; son los financiadores de sus campañas. Estos actores, con el control de la contratación pública y las conexiones necesarias, son quienes dictan las políticas y definen el futuro de la región. Lo que debería ser un sistema democrático donde los líderes representan a la población se ha transformado en un esquema donde el poder económico domina, y los intereses de la élite prevalecen sobre los intereses del pueblo. Esta realidad, tan evidente y tan oculta a la vez, genera una desafección política que erosiona día a día la confianza en la democracia.
El turismo, la vitrina inmobiliaria, y el monocultivo del aguacate Hass han sido presentados como la salvación económica del Quindío. Pero, ¿a qué costo? El Quindío se ha convertido en una vitrina turística e inmobiliaria, donde la rentabilidad económica inmediata ha desplazado cualquier preocupación por la sostenibilidad a largo plazo. Lo que fue una región famosa por sus cafetales y su biodiversidad está siendo transformada en un centro de explotación que beneficia a unos pocos, mientras sacrifica bosques, fuentes hídricas y comunidades enteras. La deforestación, la presión sobre los recursos naturales y los impactos del cambio climático son solo algunos de los problemas que enfrenta hoy el departamento, problemas que son ignorados por los actores que realmente manejan el poder. Y detrás de todo esto, está esa élite mafiosa que sigue moviendo los hilos, asegurándose de que los mandatarios electos les deban cada favor y cada decisión tomada en sus administraciones.
La corrupción no es nueva en el Quindío, pero en los últimos años ha alcanzado niveles alarmantes. Desde 2011, los ciudadanos han sido testigos de cómo dos grupos de poder, asociado a dos partidos (Liberal y Cambio Radical) han consolidado su control sobre la región, haciendo que la contratación estatal y los grandes proyectos públicos se conviertan en un campo de batalla por los recursos, donde el clientelismo es la norma y la transparencia la excepción. Y la politiquería no es solo un juego de favores; es el corazón mismo del sistema. Los políticos locales no son más que piezas intercambiables en un engranaje mucho más grande que está diseñado para mantener el control en manos de los mismos de siempre. Cada elección refuerza el poder de aquellos que financian campañas y luego exigen su retorno de inversión a través de contratos y favores.
¿Qué queda para los ciudadanos? Una sensación de impotencia ante un sistema que no les pertenece. El Quindío, que alguna vez fue visto como una tierra de oportunidades, está siendo destruido por el afán de lucro de unos pocos. La crisis de legitimidad en las elecciones de 2019 y 2023 no es más que un síntoma de una enfermedad mucho más profunda: una desconexión total entre los gobernantes y los gobernados. Las élites controlan las decisiones, las élites obtienen los beneficios, y los ciudadanos quedan al margen, sin voz y sin capacidad de cambiar un sistema que parece estar diseñado para excluirlos.
El turismo, la vitrina inmobiliaria, y el monocultivo del aguacate Hass, presentados como motores de progreso, no son más que nuevas herramientas de explotación para esta élite. Los proyectos inmobiliarios y turísticos han beneficiado a unos pocos, mientras que el precio a pagar lo asumen las comunidades rurales, que ven cómo sus tierras son transformadas en centros turísticos de lujo o grandes fincas de monocultivo, sin ningún beneficio real para ellos. Las fuentes de agua, esenciales para la vida y la agricultura en la región, están siendo sacrificadas en nombre del desarrollo económico, y las decisiones que se toman hoy pueden tener consecuencias irreversibles para el medio ambiente y para las generaciones futuras.
La gran pregunta que debemos hacernos es: ¿Hasta cuándo vamos a permitir que este ciclo de corrupción, clientelismo y politiquería siga destruyendo el Quindío? ¿Cuánto más puede soportar esta región antes de que el daño sea irreversible? Es hora de que los ciudadanos exijan transparencia, responsabilidad y un cambio real en la forma en que se gobierna. Es hora de romper el ciclo de poder que ha secuestrado la democracia en el Quindío y de devolver el control a quienes realmente importan: los ciudadanos.
El Quindío merece algo mejor. Merece líderes que trabajen por el bienestar de la región, que protejan su belleza natural y su riqueza cultural, y que se comprometan con una gobernabilidad que responda a los intereses de todos, no solo de unos pocos. La única manera de lograr esto es a través de una verdadera reforma política, una que corte los lazos entre el poder económico y la política, y que garantice que las decisiones que afectan el futuro del Quindío sean tomadas con transparencia y en beneficio de la ciudadanía. El tiempo de actuar es ahora, prepararnos para elegir nuevos Congresistas, nuevos Representantes que, verdaderamente, representen los intereses ciudadanos, antes de que el Quindío sea completamente devorado por el poder oculto de una elite política mafiosa que lo acecha.
Una nota de cristal de: José Gustavo Hernández Castaño, magister en ciencias políticas.
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