La belle époque Uniquindiana | Gonzalo Osorio Toro – Revista Juventud

En la bella época, la década de los ochenta en la Universidad del Quindío, nuestros faros de luz eran Miguel Hernández, Pablo Neruda y León Felipe. En sus versos escupían balas de amor, eran antorchas neorenacentistas, que declamábamos y cantábamos en los pasillos de la vieja uniquindío, y en el aula revolucionaria Camilo Torres Restrepo. Otros de nuestros guías eran Michel Foucault, Jean Paul Sartre y David Cooper, quienes alimentaban nuestra locura, que había empezado con las lecturas de Marx y Engels en las clases de Libardo García, Camilo Rodríguez, Humberto Cardona y Geudiel Peláez en el viejo Rufino. León Felipe con su poema Vencidos, cantado por Joan Manuel Serrat, nos obsequió a un Quijote abatido y lleno de amargura, y al viejo Rocinante, que trajimos desde la manchega llanura, lo paseamos por los patios universitarios, declamando el poema de Cortázar “Yo vi la edad de oro, la sentí brotar en la ciudad como un tigre de espigas, se llamaba Paris en mayo” En esa bella época, nos sentábamos tres amigos a tomar tinto, y formábamos un partido político, y al siguiente tinto nos dividíamos. Esas lecturas fueron nuestros padrinos políticos, allí no tenía cabida ningún político de tercera categoría, como se pavonean hoy por el claustro universitario quienes ponen rectores, como muñecos de trapo. En las elecciones internas, en la bella época, nuestros candidatos, barrían con más del noventa por ciento de la votación, y los candidatos del rector, a la vez candidatos del político de turno, no alcanzaban el diez por ciento. Da tristeza ver como hoy los buenos candidatos a los espacios democráticos de la universidad, pierden por su incapacidad de deponer intereses, y asumir con el espíritu de Violeta Parra, la unidad necesaria para derrotar a los muñecos de trapo de los politiqueros. Da rabia ver como los lamezuelas de Cambio Radical, de José Manuel Ríos y Roberto Jairo Jaramillo, son quienes sacan la mayoría. El estudiantado de la universidad del Quindío está lejos de ser el estudiante cantado por Violeta Parra, y no tiene la capacidad para distinguir entre Rosa Luxemburgo y Natalia París, pero sí para distinguir entre una cerveza de fábrica y una artesanal.


En aquella época, la discusión de ideas era nuestra rutina académica, y fácilmente pasábamos de la discusión, a la democracia de la piedra y la calle. Manuel Gómez es testigo de la toma de Bienestar universitario, y la avenida Bolívar, del permanente cierre y la confrontación con la policía. Nuestra marcha por el presupuesto y la defensa de la educación pública, desde Armenia hasta Bogotá fue monumental, y siempre impedimos que los politiqueros quindianos impusieran sus deseos, ya que no se puede hablar de sus pensamientos. Parece ser que los estudiantes uniquindianos,  mientras están en sus clases, piensan más, si es que piensan, en el político que les va a dar un contrato o un puesto temporal, que, en formarse en el mundo de las ideas, las cuales serían su alimento para toda la vida; de allí que, pensando no más allá de su nariz, decidan acompañar la corruptela, en las instancias democráticas universitarias. 


Lejos está la universidad de ser lo que en su origen se le atribuyó, una institución generadora del saber, ni mucho menos, ser en lo que derivó su concepción “Alma Mater” en el sentido de transformar al hombre por medio del saber. Me encantaría escuchar el llamado de la universidad, a la sociedad a que presencie su feria de la ciencia y sus avances en el conocimiento científico. Dónde están los concursos literarios, así sean a nivel regional, convocados por su facultad, dónde están los cursos de extensión a la comunidad. Que pasó con los pensadores universitarios dirigiendo el pensamiento filosófico y político, en pos de una sociedad mejor. Qué pasó que la universidad del Quindío dejó de ser el centro de pensamiento de la región y se convirtió en una cloaca politiquera, donde el rector es producto de componendas politiqueras y no de debates académicos y filosóficos. Parece ser que en el Quindío no tenemos un Alma mater, sino un colegio grande, donde los corredores universitarios son pasarelas, y los alrededores son centros de consumo de cerveza y marihuana, y los guías políticos son Atilano y Toto, y las pensadoras son Natalia París y Amparo Grisales, y los poetas favoritos son Jessi Uribe y Arelys Henao.


La universidad renacerá, y de sus cenizas deberá surgir una nueva bella época, un París en mayo. Donde nazcan piedras contra el falso museo de la especie, donde arda la llama de los estudiantes del 68 francés, donde los estudiantes con sus manos desnudas levanten los pavimentos de cemento y estadística como lo hacían los estudiantes cantados por Julio Cortázar en sus noticias de mayo; para bien de los mismos estudiantes. Los estudiantes de hoy tienen que conocer esta historia, para que entiendan cual es su papel, en el Alma Mater, lo que los definirá para toda su vida. Seguramente, algunos uniquindianos tienes hoy la misma angustia existencial que nos guiaba los caminos en la vieja universidad, y por ahí, se alistan para enlazar a Rocinante, y traerlo a rastras para que el ilustre hidalgo, don Quijote, les ayude a desfacer los entuertos que hoy dan pena. Hay estudiantes que desean encender las antorchas que llevaron a los estudiantes franceses, a tener el poder en sus manos, y escribir las más bellas páginas en la historia del movimiento estudiantil. 

“SEAMOS REALISTAS, PIDAMOS LO IMPOSIBLE”


Una nota de cristal de: Gonzalo Osorio Toro

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