“Cualquiera puede ponerse furioso…eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto y de la forma correcta…eso no es fácil”
Aristóteles, “Ética a Nicómaco”
Se busca, a través de la difusión del presente material, suministrar a la población interesada, las herramientas idóneas para alcanzar el mejoramiento en las relaciones interpersonales, preservar los derechos superiores de las niñas, niños y adolescentes, lo mismo que el fomento de la calidad de la enseñanza, propendiendo porque esta, tienda a fortalecerse en valores morales; por cuanto esto contribuirá al bienestar físico, mental y emocional de los menores, que llevará a la construcción de un futuro más promisorio en materia de derechos humanos y seguridad ciudadana de quienes serán el futuro del mundo.
El Bullying ha sido la consecuencia de una problemática social que ha trascendido el ámbito educativo en casi todo el mundo. Se sabe que ha deteriorado considerablemente no sólo el proceso de aprendizaje, sino también la calidad de vida, la integridad física, psicológica y moral de niñas, niños y adolescentes inmersos en el contexto formativo de la escuela. Sus consecuencias se han hecho extensivas a todas las áreas de la vida de los estudiantes, así como al resto de la sociedad. Es por ello que vale la pena apuntar, sin lugar a equívocos, que las consecuencias de este fenómeno no se quedan enclaustradas en el aula.
¿Cómo definir el bullying?
Para ubicarlo conceptualmente, es pertinente comenzar por alinderar los términos agresión y violencia.
El vocablo agredir proviene del latín “agredi”, que significa ir contra alguien con la intención de ocasionarle algún daño (Carrasco O. M. 2006); La agresión cobija a todo organismo vivo del reino animal y, en el contexto de lo humano, es donde se observa su expresión de manera pleiotrópica, es decir, con muy diversas formas de manifestación. Por eso se ha establecido para su estudio, la tipología de la agresión. Cabe decir que, también se puede ser agresivo contra las plagas, la ignorancia, el caos, la barbarie, y la agresión misma, y en estos casos, puede señalarse que es necesaria para mantener una homeostasis individual, social y/o ambiental.
Las respuestas agresivas aparecen temprano en la escala evolutiva del ser humano, vienen dadas para competir por recursos. En principio, podrían ser adaptativas en tanto función conservadora, para garantizar la supervivencia y satisfacción de necesidades fundamentales, de acuerdo con el repertorio conductual que, como especie, le ha sido asignado. En este sentido, las conductas agresivas son compartidas por animales y humanos. Estos últimos desde su infancia y en tanto la mielinización de axones neuronales vaya en progreso, les permiten desplegar una serie de conductas tales como morder, arañar, golpear, que no se consideran agresivas, dado que no se ha configurado como tal, en el niño, la intencionalidad de lastimar. Un adulto en situación de riesgo, amenaza o peligro tiene la misión de defenderse, de protegerse antes que dañar a otro, por tal razón, la defensa propia no connota una agresión en sí misma, siempre y cuando sea una respuesta proporcional a un estímulo aversivo. La frustración también suele ser un predisponente para disparar la agresión, pero depende de muchos otros factores externos e internos del sujeto y del grado de satisfacción esperada que fracasó. Cuando se percibe injusticia, maldad, arbitrariedad o ilegitimidad a la base de una frustración, más fácilmente se produce la agresión y puede llegar a ser más intensa (Pastore, 1952). Lo mismo que el dolor provocado es un importante inductor de una respuesta agresiva en el humano, y así sucede con el animal (Azrin, Hutchinson y McLaughlin, 1965). Dicho dolor desencadena respuestas tendientes a minimizar el estímulo desagradable, y también pareciera que subsisten fragmentos de dolor acumulados que pueden dirigirse a objetos o sujetos externos independientes del agente inductor del hecho dañoso o desagradable.
Mientras que la violencia surge netamente como un marco de relación entre individuos humanos, apelando a la fuerza física o a la extensión de esta para resolver conflictos o bien, para dar paso a la expresión de aberraciones, anomalías psíquicas o trastornos psicóticos. De esto se desprende que delito y crimen. sean diferentes, y que por eso la ley otorgue un trato diferente a cada asunto y a cada persona, atendiendo al conocimiento del expediente, del sujeto imputado y, entre otros, al alcance del material probatorio del que disponga para cada causa concreta.
Adicionalmente, la violencia también nace apoyada en alguna forma de percepción de desigualdad social y humana y es esta misma la que parece acentuarla. También cabe anotar que, en las últimas décadas, los avances tecnológicos han sido utilizados para la masificación, diversificación y profundización de la violencia, como sucede con el uso inadecuado de las redes electrónicas.
El bullying es una forma de violencia en las escuelas que se presenta entre la población académica. Se caracteriza por ser una relación de poder, que se da de manera sistemática, en donde la víctima tiene pocas posibilidades de defensa. Las formas de expresión pueden ser físicas, psicológicas o relacionales. Son varias las consecuencias, tanto para la víctima como para el victimario, que se derivan de esta problemática: una de ellas es la deserción escolar, el retraimiento, la depresión, la pérdida de autoestima y proyecto de vida de los estudiantes y el suicidio, entre otras. Con frecuencia, se encuentra que la fractura de los esquemas de moral y ética, propician este tipo de perturbaciones. Por eso, es importante pensar en la formación que los familiares dan a los niños, pues muchos modelos de violencia que se reproducen en la escuela fueron aprendidos en casa; de igual forma, debemos reflexionar sobre las implicaciones que tiene para la sociedad, la extensión de actos violentos de los menores de edad hacia los diferentes contextos sociales ajenos a la escuela.
Es necesario hacer consciencia de que la escuela, como espacio de interacción social no escapa al fenómeno de la violencia, toda vez que pone en circulación y transacción la universalidad de contenidos yoicos, construidos y moldeados al interior de cada sujeto y de cada familia. Así las cosas, las posibilidades de manifestaciones no violentas son las mismas que las de las violentas. Entonces, ¿Qué es lo que hace inclinar la balanza en pro de estas últimas, y qué mecanismos implementar para, medianamente, tener un control consistente, perdurable y sostenible en el tiempo, sobre estas situaciones, que permita llegar a la instauración generalizada de herramientas que reduzcan el fenómeno de la violencia en el ámbito escolar?
En respuesta a lo anterior, se pretende proponer la reformulación de la enseñanza, buscando virar congruentemente y con más énfasis, hacia los valores morales, los constructos éticos, la formación en inteligencia emocional, hábitos y normas que se establecen en la escuela y al interior de cada hogar, que permitan potenciar la sana convivencia en el ámbito educativo, en cada núcleo familiar, y progresivamente en la sociedad, partiendo de un adecuado modelo intrasubjetivo. Y teniendo en cuenta, además, la modificación tan significativa que ha tenido la noción de familia en los últimos tiempos. La estructura monoparental que se ha impuesto y consecuentemente, la debilidad en la instrucción, en la disciplina, en la noción de autoridad y en la percepción de arraigo y de pautas claras de crianza. En otras palabras, la idea de familia, cojea desde la base.
En procura de sacudir a los escolares de este tormento, es preciso instruirlos consistentemente en inteligencia emocional. Sus ventajas hacen que, por lo menos, no solo no quieran ejercer la violencia, sino que tampoco se situarán en el lugar de víctimas.
Estudios antropológicos han demostrado que hay mayor frecuencia de comportamientos agresivos en niños hijos de padres biológicos que han tenido trastornos de personalidad antisocial o problemas de alcoholismo o de drogodependencia. En niños adoptados, influye el medio social, el ambiente de crianza y el modelo comunicacional. Éste en particular, está enlazado con la transmisión del afecto como eje fundamental del sentimiento de pertenencia o de arraigo. Ya el efecto del castigo depende del medio, la justificación, la modalidad e inmediatez con que se aplique.
Actualmente, la ocurrencia de hechos violentos en todo el mundo se ha constituido en un problema de salud pública, por cuanto afecta la vida, el estado mental y físico, la autoestima del sujeto, que se trasladan casi que inmediatamente al tejido social. En estos escenarios, ni el agresor sale ileso, pues se sabe que el victimario resulta afectado social, moral y psíquicamente por el peso de sus propios actos, y en parte, de ello depende que los haga reiterativos o no. Comenzando con la palabra que habitualmente, le abre la puerta a la violencia. El lenguaje soez, despectivo, denigrante y humillante, es preciso frenarlo a tiempo, pues de este se pasa a la acción. Acción que para su propósito puede valerse, en principio, de algunos rudimentos armamentistas.
Los padres, las autoridades educativas y policivas, están un paso atrás en la delimitación, ubicación conceptual y manejo de este flagelo que como se sabe, ha cobrado muchas vidas humanas en poblaciones de esta franja etaria; cuando no por acción directa de los mecanismos de confrontación, son inducidos al suicidio como una salida menos vergonzosa pero fatal, si no hay otra alternativa. Una salida posible se encontrará escudriñando el ámbito de la crianza de los niños y jóvenes de hoy, el modelo de comunicación, castigo y corrección que los progenitores ejercen sobre ellos. Es por esto que hay que sensibilizar al máximo los instrumentos perceptuales, buscando una aproximación mayor a la naturaleza de las piezas del engranaje de este sistema de violencia precoz, que se sabe, tiene muchas facetas. Puede ser verbal, física, moral, por discriminación, por omisión, explotación, esclavitud o ahora cibernética.
La escuela es un reducto de la sociedad y como tal, es el lugar adonde concurre la síntesis de las crisis más prominentes que se urden al interior de cada hogar. Cuando en el seno de la familia (núcleo de la sociedad), era tradición generacional el legado verbal y ejemplar de valores de ética y moral, consecuentemente, la escuela lo reflejaba. Porque, además, esta era considerada una forma de vinculación afectiva muy eficaz. No se conocían los actos de violencia en los centros educativos, o por lo menos, no se registraban de manera tan cruel, habitual e invasiva como ocurre actualmente. Hoy se sabe que la violencia ha migrado a la crueldad y al bestialismo. Así que cuando se trata de encontrar la etiología de estos desmanes, hay que remitirse al interior del hogar. Allí se encontrarán con mucha probabilidad, vestigios de una cultura bastante amilanada en su aspecto axiológico, que luego se vuelcan a las instituciones educativas y chocan con una serie de inconsistencias en la aplicación de las normas de disciplina y en dificultades de convivencia aun entre el personal docente y administrativo de la institución, dando como resultado la explosión de acoso escolar. Mientras la escuela no haga un miramiento más profundo de los nuevos modelos de familia, mientras no ausculte más refinadamente los orígenes de las desviaciones conductuales, no podrá generar fórmulas más eficientes para contenerlas. Esto en principio, pues detrás de las anomalías se esconden grandes talentos y potencialidades, que, muchas veces, se atrofian en la lucha por huir de la violencia o por mantenerla, quizá, como el único mecanismo de subsistencia.
La escuela está en capacidad de instaurar modelos más competentes de resolución de conflictos, identificar perfiles violentos, perfiles de víctimas, registro de conductas agresivas al interior del aula y en función del tiempo, aplicación de las medidas correctivas pertinentes y retroalimentación a los sujetos implicados, lo mismo que la relación entre ellos mismos. Además del ejercicio de situar a los individuos en la situación de otros, con el fin de enseñarlos a ser menos indolentes, más sensibles y compasivos con sus congéneres.
Puede pensarse sin lugar a equívocos, que todas las acciones preventivas podrían realizarse conjuntamente entre familia y escuela y orientarlas hacia el fomento de valores éticos y morales, en busca de la preservación de los derechos superiores de las niñas, los niños y adolescentes, los derechos humanos y la calidad de la educación.
La intención es hacer de este mundo un espacio más armonioso, más comprensivo, más estable, más sensible y habitable para adolescentes y niños, que son el futuro del mundo. La violencia, por su parte, solo genera más violencia.
“Para evolucionar, no es necesario nacer mil veces, basta con perdonar una sola”
Una nota de cristal de: Marlene Restrepo Cuervo, Psicóloga, Universidad Nacional de Colombia. Estudios avanzados en psicología forense, Universidad de Buenos Aires, Argentina, Estudios complementarios en perfilación criminal y detección de mentiras.
Contacto: mrestrepoc@unal.edu.co
Notas De Cristal Para Una Generación En cosntrucción
Gracias, lo necesitábamos. Excelente aporte
Excelente artículo que además es absolutamente necesario en nuestro medio
Excelente tema, muy orientador. Gracias
Saludos desde Estados Unidos
Refleja una problemática actual de nuestros jovenes
Hermosamente documentado… Muy oportuno… Excelentemente argumentado…Un Tema bien planteado y muy bien imbricado con la indiscutible realidad. El tema, tiene Raíces muy encastradas con el Proceso Evolutivo del Homo Sapiens, en su Generación de Dominio Salvaje en las actitudes, priorizadas en La Defensa del Territorio…etc.etc.
Interesante y oportuno artículo, muchas gracias doctora Marlene y revista juventud. Saludos desde Argentina